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07 marzo 2006

La Vieja Estación.

En alas del pensamiento salí a vagar y pasé por mi pueblo. Recorrí sus calles que ya no son polvorientas, el progreso hizo que fueran pavimentadas.

La casona de Mamá aparece y luce ante mí como una gran figura ¡qué linda se vería con una mano de pintura!

Frente a ella, la plaza, con “pinta” nueva después del “18” pienso debe lucir muy hermosa con sus añosos árboles y sus senderos llenos de gente yendo de un lado a otro.

Hay una ligera llovizna que no moja mucho y se siente muy agradable en el rostro... Los más viejos ya no están, los jóvenes, caras desconocidas.

El camino al cementerio igual, sólo que el campo santo luce más grande; ¡ya tuvieron que ampliarlo!

Sí se hiciera un censo, a lo mejor hay más en el “patio de los callados” que en el patio de los vocingleros.

Diviso los raíles del ferrocarril, sigo su trazado y me llevan a la vieja estación; donde papá trabajaba y crecí y más tarde trabajé, ya no luce, su figura otrora hermosa; está mustia, sucia, abandonada, llena de telarañas, de recuerdos, su patio, es una sementera de “murras”, deplorable.

Ya no se sienten los silbatos de las locomotoras, que aparte de que nos indicaban si era un pasajero o carguero, nos servían de barómetro, ya que al entrar a los puentes, “Iñaque” por el sur, o el “Rucapichío” por el norte nos avisaban con clara precisión cuando el agua vendría, mas o menos su hora y fuerza.

A veces, cuando Mamá se enojaba, por alguna cosa no santa que hacíamos, decíamos: esta “norteando” y mejor salíamos a dar una vuelta para escampar el temporal, de regreso ya todo estaba calmo, la vieja se reía, a veces ella decía parece que hay norte, yo reía y el agua pasaba.

Que falta me hace la “vieja” la recuerdo fuerte e intensamente, papá se fue muy joven, 42 años, un 12 de Noviembre de 1950, yo era pequeño y su figura es semi borrosa, la de mamá está como marca de fuego en el anca del animal, clara y limpia, su partida fue el 13 de Noviembre de 1997.

La vieja estación era el paseo obligado de todos, al mediodía cuando cruzaban los trenes de pasajeros, uno Temuco - Puerto Montt, el otro Valdivia - Concepción, algunos iban para comprar los diarios, la figura del “suplentero” o periodista como ellos decían era familiar; que el “Correo de Valdivia” o el “Diario Austral” de Temuco, hoy también como algunos animales, extinguidos, otros venían solamente para charlar, a “pololear” o sencillamente a mirar.

Por la tarde cerca de las 17:00 horas otra vez, ahora para ver a los que venían de Concepción a Valdivia.

Lunes, Miércoles y Viernes, la estación se llenaba de los que iban a Valdivia, en el “Villarrica” por la tarde llegaba el enjambre, cargado de paquetes, compras, y algunos con sus “copas de más”, habían estado en la Avenida Prat en Valdivia, a orillas del río, probando “un potrillo” de cerveza de barril, de la Cervecería que estaba al frente en la Isla Teja, hoy... desaparecida.

Hoy la “vieja estación”, con las polillas del tiempo, el orín de una vida no muy buena, han dejado su marca.

Ya no se ven pasajeros, los viejos no están, los jóvenes, tienen otros intereses, como dice el tango: los amigos ya no vienen ni siquiera a recordarme, esos que se dicen amigos, o hermanos...

Parado en el andén del recuerdo espero el tren que deberá llevarme al más allá, el que vendrá justo a tiempo, no antes ni después, de acuerdo con el reloj de Dios.

Me inquieto un poco, pensando como ira a ser, ¿vendrá como un tren “ganadero” largo y ruidoso con preferencia sobre todo otro carguero? o ¿cómo un carguero normal, lento, pesado que se hace esperar? Preferiría un “automotor” expreso en coche cama o salón, cómodo y tranquilo. No sé dónde el Señor me hizo la reserva...

La campanilla del teléfono me saca de mi ensimismamiento, alguien pregunta por el hijo... no, no está, - qué lástima, quería hablar con él – a mí también me gustaría, querría que me contara de sus sueños, de su trabajo, de cualquier cosa, pero sólo tengo en mis oídos, grabado como cerrojo de cárcel, una puerta que se abre.
La voz de mi esposa, llegó el hijo, al día siguiente la puerta suena y escucho la monótona voz, se fue el hijo.

Sigo en el andén pero ahora la lluvia se deja sentir muy fuerte ya que mi cara está empapada... (esta es la nueva cara de la Estación de Máfil, remozada el 2005)


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